Gregorio a bordo

Gregorio Fuentes Betancourt aseguraba que el secreto de la longevidad sólo lo tiene Dios: "Todos vinimos a este mundo con el número cumplido", decía. Los ojos del viejo marino vieron reflejarse en el mar la luz de tres siglos y durante la mayor parte de su existencia resultó la fuente biográfica más segura y requerida para conocer la faceta náutica del novelista norteamericano Ernest Hemingway.

Ambos se conocieron todavía muy jóvenes, aunque ya en pleno dominio de sus respectivos destinos. En el reducido territorio del islote de Dry Tortuga, protegidos de una tempestad de peligroso viento nordeste. Hemingway nunca olvidaría al capitán del velero de pesca que les ayudó, el barco más limpio y ordenado que hubiese visto nunca. En  1995, en un coloquio organizado para recordar al novelista durante el torneo internacional de ese año, Gregorio iba a dar su propia versión de aquel encuentro:

Ellos eran ocho compañeros. Yo era patrón de un barco cubano y el golfo se estaba poniendo malo cuando vi esas dos lanchas. Estábamos en un cayo donde hay un fuerte. Él hablaba en castellano para que yo lo oyera: “¡Ese es un barco cubano!”. Estaban a 65 millas de Key West y les dije: “No tengan pena, aquí tienen almuerzo, comida, de todo”. Él estaba agradecido y preguntó: “¿No nos pudiera llevar a Key West?”

― No puede ser. ¿Usted es americano?

― Sí.

― Las leyes no me permiten salir de aquí para ir a Key West. Si estuviera en alta mar, sí. Y le di las indicaciones. Le enseñé un lugar donde había un teléfono marítimo y le dije de un barco que pasaba por allí cada ocho horas.

― ¡El cubano sabe mucho!

― No, no el cubano, todos los marinos tienen que saberlo.   

Puestas una junto a otra la biografía del literato y la del marino, en realidad no ceden un ápice uno a otro en su condición de aventurero, ni siquiera en la capacidad de contar sus historias y de vestirse con la luz mítica de su leyenda. Uno de los dos, en cambio, fue quien escribió, mientras el otro cuenta y de tanto en tanto hace libre versión de lo que lleva en la memoria.

   Gregorio escapó a los ocho años de edad de Las Palmas de Gran Canaria. Convenció a un primo ―según contó a este periodista bajo un flamboyán de Finca Vigía― para que lo embarcara en el bergantín-goleta Joven Antonio, en viaje al Caribe con escala en Sevilla, donde el patrón le metió un atado de tabacos bajo la camisa para que los pasara de contrabando a un marchante que lo encontró al pie de la Torre del Oro. 

   Desertó del barco apenas el velero pasó bajo los muros del castillo de los Tres Reyes del Morro, escondiéndose en el hogar de un paisano en Casablanca, a quien vaya usted a saber que historia de niño sin familia le contó. Había dejado a la madre en la isla española bañada por los vientos ardientes de África y pronto se ocuparía de enviarle parte de su sueldo. Había sido testigo de la muerte accidental de su padre a bordo de un barco de pesca, a la altura del territorio actual de la república saharahuí, y reafirmó su decisión marinera cuando buscó subsistencia en La Habana: a Cuba había venido persiguiendo el mito de una riqueza, según el cual nadie se inclinaba aquí a recoger una moneda de plata si esta caía al suelo.

   Diez años pasaron desde el encuentro con Hemingway. Andaba Gregorio en 1938 a bordo de un barco de investigaciones científicas cuando recibió mensaje del amigo, mientras venía el novelista de su segunda guerra, la de España, buscando la calma de una habitación de hotel a la vista del puerto para escribir otra novela. Se encontraron en La Habana, la ciudad donde ambos dejarían de ser extranjeros.

Recibió entonces el mando del Pilar. Era un yate nuevo construido en Boston y enviado por ferrocarril a Miami en menos de un mes desde que su dueño hizo el pedido. Casco de madera, 38 pies de eslora, nueve literas y capacidad de almacenar combustible suficiente para 100 horas de navegación. Tenía ya el puente volante, los dos largos outriggers que lo revelaban en la distancia y una sólida silla de pesca, adiciones todas que Hemingway le hizo en su contacto con los innovadores que por aquellos años estaban descubriendo la pesca de atunes y casteros en Bahamas.

Gregorio descreía enfáticamente de cualquier obra que se hubiera hecho en cualquier tiempo en el Pilar, si no había salido de sus manos y ejecutada bajo su dirección. En una conversación en Finca Vigía, mientras inspeccionaba la popa de su yate anclado para siempre en tierra, el venerable marino dijo al reportero: “Ese rodillo de madera es una cosa histórica.  Yo se lo mandé a poner en el río una vez que el barco estaba reparándose allí.  El señor Hemingway se quedó encantado, imagínese, porque así era más fácil subir un pez grande a bordo”. Hemingway ya conocía de esta innovación antes de encargar a Gregorio Fuentes el cuidado del Pilar, porque lo menciona en “Marlin off Cuba”, que fue publicada en 1935, pero lo cierto es que en las fotos del yate original ese es uno de los elementos que faltan, de los que luego se adicionarán.

Ernest había pagado por el yate una fortuna para esa época y al cabo de los años se consideraba muy afortunado de haberlo puesto en manos de Gregorio, a quién lo dejó en herencia, aunque el patrón rápidamente lo pasó a al gobierno para que lo pusieran en el museo de Finca Vigía.

 

Hay mucho del longevo canario devenido cubano y, más que todo, cojimeño, en algunas obras de Hemingway. En "El Viejo y el Mar", la novela que promovió al norteamericano hacia el Premio Nobel en 1954, no pueden ser más que recuerdos de Gregorio las visiones de la costa africana que llenaban los sueños del viejo Santiago. Y hay por supuesto mucho más de él en "Islas en el Golfo", nacida de la aventura real en la búsqueda de submarinos alemanes en la cayería norte de Camaguey, durante la Segunda Guerra Mundial.

"En el mundo no ha habido un hombre como ese señor. En Cojímar todo el mundo lo quería. Lo llevé a La Terraza. Hablaba mucho con el trago en la mano. No con los ricos ni con la gente pudiente, a él le interesaba hablar con los pescadores. A los periodistas les decía que no, que en ese momento no podía atenderlos.

   En la filmación de la película participaron todos los pescadores, que casi todos han muerto. La película El Viejo y el Mar es cierta.

   Tenían el barco amarrado. "Me llamaba por teléfono para salir a un cayo que yo le busqué en Pinar del Río para que trabajara tranquilo.

   -¿Tú no viste al viejo y al chico en el bote? Están trabajando una aguja, ve a ver si necesitan ayuda. Y cuando llego allí nos mandan de la puta de la madre pa'rriba. No hago caso, tenía jaba preparada…….

   Su muerte la sintieron mucho. Vinieron a que los llevara a ver al que hace las estatuas en el Cotorro. Dijo: "Yo no les voy a cobrar nada, lo único que me tiene  que conseguir el material".

Rodeado de un auditorio de amantes del mar, la pesca y la leyenda Hemingway, a alguno se le ocurrió preguntarle si nunca se le había ocurrido al escritor la idea de mudarse a Cojimar:

Sí, pero no encontró casa. A él le gustaba mucho la Quinta Aguada, un edificio lindo que había frente a La Terraza, propiedad de unos españoles. Quería comprarla y hablaron con el esposo de la señora de la casa. Le dije: Dile que venga a hablar conmigo. El fue a la casa, habló con el hombre y salió muerto de risa: "¿Tú sabes cuanto me pidió por la casa? ¡Un millón de pesos!" Y dijo que le respondió: "Mire, yo no sé lo que es un millón de pesos. Voy a preguntarle a mi secretario". Y se reía, se reía.

Gregorio fue el personaje vivo más notable de Cojímar, y allí sigue siendo, como su amigo Ernesto Hemingway, uno de los inolvidables héroes difuntos. Notoriedad rara, extraordinariamente espontánea. Dudable que exista en el mundo una docena de personalidades a quienes se exigiera prácticamente a diario tantas declaraciones y se les hiciera más fotos. Para Gregorio Fuentes todo ese asedio de periodistas y turistas es tan normal como fumarse un puro y tomarse un cálido trago de ron.

Nació el 18 de julio de 1897 en el Puerto de Arrecife, en la isla canaria de Lanzarote. Pocas semanas antes de su muerte, ocurrida el domingo 13 de enero de 2002, el viejo marino recibió de manos de una sobrina de su famoso amigo, Hillary Hemingway, el certificado de Capitán Honorífico que el 17 de octubre de 2001 le otorgó la International Game Fish Association, IGFA. Las agencias de prensa hicieron circular obituarios en su memoria.

 

© Ismael León Almeida. Anticipo del libro biográfico Gregorio a bordo, con imágenes originales de una entrevista inédita de 1992, tomadas por el artista gráfico René Calvo Castromán, autor de varias de las imágenes originales de la obra Elñ torneo cubano de Ernest Hemingway (2018).

 

 

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