MOVILIDAD

Hasta los noventa, lo único más importante que ganar un Lada era tener un Lada. No sé si usted sabe que un Lada de los noventa es el mejor auto del mundo. Los Ladas de los noventa han sido los maestros de dos o tres generaciones de mecánicos, chapistas, pintores y electricistas automotrices. Cada Lada de los noventa tiene detrás una historia de entrega laboral, talento científico, valor militar, o capacidad para los negocios.

Es posible que ser elegido para un viaje a los Países Socialistas fuera un importante logro personal, pero un día u otro el avión aterrizaba en Boyeros, el vaporoso aire tropical recibía a los viajeros y los ómnibus estaban exactamente igual de complicados que el día de la partida hacia Sheremetievo-2 dos semanas atrás. El Lada no, el Lada seguía ahí, en su competencia de longevidad con los clásicos americanos.

Ya entrados los noventa, lo único mejor que un Lada era entrar a trabajar en una Firma extranjera, aquellas que empezamos a conocer como “empresas mixtas” o “corporaciones”. Entraba de chofer y ya la familia tenía auto propio. El propio auto de la empresa. ¿Quién quiere un Lada si tiene a mano un Peugeot, un Audi, un Mercedes, gratis? Error: todo el mundo quiere un Lada.

Lo único que derrotó  al Lada fue la falta de combustible durante aquellos años de los noventa que el categorizador histórico nacional etiquetó como “Período Especial”. Pero entonces ocurrió el milagro de los milagros, el descubrimiento de la bicicleta: miles de ciclistas cruzando a diario el puente de hierro sobre el río Almendares y atravesando el túnel de la bahía. Ensamblaje de bicicletas en incontables fábricas del país, asignación y venta de bicicletas en los centros laborales, distribución de piezas de repuesto por sindicatos, nacimiento de las poncheras especializadas en ciclos, construcción de ciclovías y servicio de ciclobuses. Toda una cultura que acercó al país de las Marchas del Pueblo combatiente y los Campamentos agrícolas por quince días a los récords de ciclistas por habitantes que eran por entonces orgullo de holandeses y chinos.

Y algo increíble: cuando el transporte público restauró sus niveles habituales, cuando las calles se llenaron de ómnibus, camiones, motocicletas... y Ladas, muchos, pero muchos de los ciudadanos de aquella isla larga y estrecha quedaron cautivados por el acto de infinita cordura de pedalear, al punto que algunos no pararon hasta proveerse su propia marca personal de 100 km +, después de entrenar por años en el ir y venir hacia y desde los centros laborales y en los infinitos trámites privados del vivir nacional.

Entonces entramos en otra de esas crisis económicas, complicada desde hace más de un año por la pandemia de Sarcov-2, el coronavirus. Quienes habían incorporado la bicicleta a sus genes, ampliaron sus desplazamientos para evitar el uso del transporte público y así disminuir en lo posible el riesgo de contaminación con un virus de alta transmisibilidad y morbilidad.

Era de esperar que en algún momento la experiencia de los noventa fuera reactivada: que volvería el llamado al uso de la bicicleta, que piezas y neumáticos aparecieran en los establecimientos comerciales a precios razonables; fueran renovadas las medidas de educación vial, específicas para este medio de transporte, que las ciclovías resultaran reabiertas. Nada ocurrió. Nada de lo mucho que hace más de un cuarto de siglo se hizo parte de la vida del cubano, que hasta entonces a todo lo que había aspirado en materia de movilidad era a un Lada. Por suerte, algunos periodistas documentaron aquella fiebre de bicicletas que alentó el optimismo de los que aquí vivimos los noventa: véalo por usted mismo en este artículo de 1996.

https://atribucionesblogdeletras.blogspot.com/2020/11/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_41.html

© Ismael León Almeida (2021)


Comments

Popular posts from this blog

La mujer de amarillo (cuento)

Diálogo en la costa