Mi homenaje a Francisco Blanco,

Blanquito, el caricaturista

 


Una sola vez nos encontramos, una mañana de verano de principios de aquellos noventa. Acabábamos de hacer juntos el vuelo desde La Habana, cada uno por algún encargo que teníamos en Cayo Largo del Sur, un sitio fuera del mundo, y todavía más fuera del país del que veníamos, aunque le faltara un poco de tiempo para alcanzar el carisma turístico que le esperaba.

Esperábamos a que nos atendiera algún funcionario a la entrada de una oficina, hablando más o menos de lo que tocaba a cada uno en el oficio de la jornada, cuando él dice algo así como:

― Déjame ir entrenando el lápiz ― y como si tal cosa se pone a trazar líneas en la cartulina y lo más seguro que este otro anduviera tomándole cariño a la zenith que por entonces estaba de estreno, para calzar con fotos lo que fuera que tuviera uno que averiguar en aquella visita.

Todavía no aparecía el director que nos esperaría, que al cabo no demoró tanto y con el tiempo demostraría una capacidad poco común como gestor del turismo especializado, y mirando el reportero los celajes le hizo Blanquito el caricaturista bajar los ojos al dibujo, terminado y firmado. Firmado por Blanco, Francisco Pascasio Blanco Ávila. La única caricatura de sí mismo que guarda en su archivo el viejo reportero. La que sería su caricatura “oficial” si alguna vez fuera preguntado, pero que jamás fue mostrada a otros que los más cercanos, los de casa.

Pues, ¿cómo ufanarse de una caricatura echa a uno mismo por Francisco Blanco? Más exactamente, ¿con cuáles méritos? Pues méritos para el caso no alcanzarían los años de redactor de prensa de algunos respetables medios. Tampoco lo sería el corriente alegato de horas voluntarias, guardias, quincenas en el agro, ni concursos ganados, que son en fin menos de un par.

Mérito es que te digan, “Hola, soy Blanco, el caricaturista” y que tú lo supieras desde que empezaste a abrir una publicación, leyeras o no la firma del dibujante. Mérito es que te llamara colega. Y el rectángulo de cartulina que guardas sobrecogido, porque no habrá diploma, ni medalla, ni libro publicado y presentado en feria que conmueva más que ese gesto, y esa imagen de ti mismo que no reconocerías mejor si la estuvieras viendo en el espejo.

Y que sacas de alguna parte, listo para darla a conocer casi cuatro décadas después, para decirle adiós y otra vez gracias a un verdadero artista.

 

© Ismael León Almeida (12.04.2021)

 

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