De variadas historias/07
Sorprendido un curioso en el cafetal Taoro
Por excepción, después de años incontables de tránsito hacia los pesqueros de la costa o en dirección a la orilla del río Santa Ana, nunca aburridos de aquellas aguas casi vecinales, alguien detuvo un día la bicicleta para hacer un par de fotos a la torre, justo como si la hubiera acabado de descubrir, del mismo modo que un turista solitario, ciclista y mochilero, hubiera hecho.
Enfocada aun la vieja cámara de
todos los viajes, tratando de conquistar la silueta de la campana en lo alto,
una voz insiste a medio centenar de metros:
― ¡Fotógrafo! ¡Fotógrafo!
El “Fotógrafo” saluda a la señora
a la entrada del terreno, solo una portada común en la alambrada, tras de la
cual nada impide ver las ruinas del cafetal Taoro. La acompañan dos niños, va
de atuendo deportivo y lleva una bicicleta. Una dama toda energía, si usted me
permite la expresión, con las gafas de sol encajadas sobre el pelo negrísimo.
― ¿Está usted interesado en el
cafetal Taoro?
― Curioso más bien.
― ¿Quiere saber algo de este
lugar? ¿A qué se dedica usted?
― Bueno, escribo.
― ¿Es escritor?
― Eso. Me gustaría hacer unas
fotos y subirlas a internet. ― Digamos que aquel que súbitamente ha sido
ascendido a literato en el difícil calificador de cargos nacional, iba ese día
deseando simplemente perder el tiempo,
disolver la carga residual que a manera de aguas de sentina quedan en el
cerebro una vez que ha concluido un largo y erosivo trabajo mental. Si algún
lector no tiene idea de lo que se está tratando de explicar, carece por
completo de importancia, porque ella está hablando.
― ¿Eran desembarcados los esclavos
cerca de aquí? ― pregunta el fotógrafo, que dejó la bicicleta bajo el árbol de
la entrada para seguir con la cámara los pasos de la señora de este añejo lugar
con estirpe.
― En la costa los desembarcaban,
y los traían por túneles que llegaban a la finca. Esto está lleno de túneles,
que hemos tapiado por seguridad. ― Nebulosamente, el que escucha recuerda que
en 1817 España firmó con Inglaterra un tratado para dar fin a la trata de
esclavos, aunque el tráfico de cautivos continuó hasta que en 1886 cesó definitivamente
el sistema esclavista en la economía cubana. La señora continúa.
Mientras se conversa, la
anfitriona lleva al fotógrafo a la proximidad de las instalaciones. La hermosa
casa de vivienda, a pesar de su estado ruinoso; faltan los techos, pero las
rejas, de madera algunas, y otras de ornamentado hierro, son todavía un lujo a
la vista. Los muros de piedra han resistido el tiempo sin perder la
verticalidad. Custodiada por la vegetación, permanece en espera de su
definitivo emplazamiento como pieza museológica uno de los componentes
mecánicos del antiguo ingenio azucarero: “Es un gasómetro”, dice la inteligente
directora. Para el rescate de los valores del lugar, que al parecer se hará a
partir de una inversión prevista para 2017, quedan en pie antiguos almacenes, barracones
de esclavos, cochera, el aljibe, una segunda vivienda y la torre.
― La campana original tuvimos que
retirarla para ponerla en resguardo. La que está a la vista fue colocada con la
ayuda de una fundación protestante.
Comments
Post a Comment