El sol también se levanta/ Un día en la Feria

 EL SOL TAMBIÉN SE LEVANTA

Ayer estuve en la Feria del Libro de La Habana, en La Cabaña. Dos personas de m amistad tenían allí asuntos que tratar y me invitaron, entonces fui. El recinto ferial estaba distinto a la última vez que estuve por allí: menos público, menos quioscos de comida, pero todo más caro, y menos entretenedores. De manera que, proporcionalmente, había más lectores, más escritores, más editores. Y libros. Así se define una feria del libro.

El amigo con el que viajé desde el barrio es un escritor y andaba buscando un editor para un libro afortunado que, a pesar de la suerte que lo acompañó hace un cuarto de siglo, nunca fue visto por el público lector cubano, peor aún: jamás un crítico, menos aun un ensayista de peso o un entusiasmado reseñista de publicaciones impresas o programas radiales o ¿televisivos (()?, escribió media cuartilla para notificar a los lectores insulares que existía una obra de autores cubanos que había tenido una exitosa recepción en una feria (otra) europea. Mi amigo quiere que se lea en su país y se encarga, dado que el otro autor murió hace año y medio en el extranjero. Estaba buscando un editor y, cosa rara, costó trabajo hallar uno (una) y qye además escuchara y quisiera ver el libro. Si uno fuera editor y asistiera a la Feria del Libro de la capital de su país, quisiera regresar a casa con 10 manuscritos, mejor aun si fueran 10 manuscritos diarios, por cada jornada de la Feria, y pasarme el resto del año metido en esos textos ejemplares, hasta descubrir aquella obra capaz de deslumbrar a los lectores por el próximo siglo. Esas obras existen. Ahora y aquí, por ejemplo, sería la obra que nos explique por qué tenemos los problemas que tenemos (en Cuba, los cubanos) y cómo vamos a solucionarlos. Esas obras también existen. Podría ser una novela, un cuaderno de cuentos o de poesía, un ensayo o una serie de ensayos en un tomo...

Apareció una editora; estaba en un stand chico como uno de los merenderos y tiendecillas de ferretería que se alinean en un área que en mi barrio llaman Las canchas. El título del cuento que les haga sobre este mismo tema llevará ese título: Apareció una editora.

A media mañana llegó a La Cabaña mi otra amiga. Ella fue a realizar la presentación de una edición en ebook de la novela de Hemingway titulada The sun also rises: el sol también se levanta (uno, que no es para nada místico, se queda pensando en esa frase, lo que implica cuando te levantas un día con el pequeño obstáculo de una cotidiana miseria, y el modo en que derrotas la desidia y el desespero del cobarde literato que llevas por dentro, y te pones a escribir en una hoja de papel recuperado porque no hay corriente para la computadora). La novela que mi amiga presentó se llama Fiesta, tema acerca del cual de momento nada voy a expresar. 

Habló mi amiga de un manuscrito redactado entre viajes, en espesos cuadernos escolares de principios del siglo pasado, las búsquedas de voz narrativa, ajustes de personajes, de la línea argumental, modos en que se revela, en esos papeles originarios, el proceso de creación. Luego las diversas reimpresiones, cuyo recuento nos hace descubrir, a los autores de libros mono-editados de este siglo y plaza editorial, las maravillas de una concepción mercantil (no he dicho mercantilista, que es otra cosa, aunque se parezca) de difusión literaria que los tiempos actuales derrotaron: eso de que se impriman 2000 ejemplares y un semestre o un trimestre más tarde, otros 2000, y en un mes posterior, 2000 x 2 veces. Impresiones mecánicas, ¿entiende usted? Ahora todo es digital. Y obras geniales y que traten de verdaderos conflictos humanos y dejen huellas en los lectores resultan a la fecha aquellas que los departamentos de propaganda, promoción, publicidad o lo que sea, les dicen que tales son las excelentes creaciones, a los redactores de crítica literaria de los periódicos, siempre que los medios de su país, amigo, amiga, ¡amigxs!, tengan un departamento dedicado a reseñar obras literarias, a sus directivos sepan de qué va eso, o los directivos de sus directivos no miren con suspicacia eso que es eso (lo cual hacen muy bien:

 a) Desconfiar de la literatura.

 b) Cuidarse de ella, 

porque la Literatura tal como la perciben millones de lectores y unos cuantos autores regados por el mundo (la emigración es un problema del carajo, dice un socio mío, con sus razones y su modo soez de expresarse)no recibe órdenes de nadie, ¡porque no puede!

Fue un lun es feliz, ¡con la mala fama que tiene n los lunes por aquí! Se lograron algunas cosas improbables, demostrando las posibilidades humanas, más allá de salir al espacio en un tareco de lata, o sobrevivir a una guerra que nunca fue buena para nadie. Atravesamos una ciudad apenas con medios de transporte. Asistimos a una feria del libro donde pudimos hablar con un potencial editor. Escuchamos decir c osas sorprendentes, útiles y humorísticas a una disertante, amiga apreciada, de ocho décadas de vida, sobre una novela que apareció en las librerías de La Habana, donde vivíamos, cuando teníamos un poquito más de veinte años, una esposa y una bebita, las cuales son razones de peso. Y estuvimos en esta jornada con los dos amigos dichos, Julio y Gladys, en el viejo recinto histórico donde se fusilaba a criminales y enemigos políticos, por donde ahora transitan lectores, escrityores y editores. Sí, también editores, porque encontramos una.

La Habana, Feria de La Cabaña, 17 de febrero de 20

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