Chito Fornaris, hacedor de música mecánica

 

De variadas historias/04

Chito Fornaris, hacedor de música mecánica

Para Orlando Gómez, Grafforl, in memoriam.

1

C

on tanta invasión de electrodomésticos acústicos de última generación, al que escribe se le ocurre que han de ser muy escasos los ciudadanos insulares de estos últimos tiempos a quienes podría ocurrírsele que un aparato musical tan inmenso como un armario y que  exige uno y hasta dos hombres como esclavos para ofrecer sus notas, podría servir para animar una fiesta. Sucede, sin embargo, que hasta la lógica tiene que hallar reacomodos cuando está por medio algo de tan íntimo disfrute como el arte de los sonidos.

A pesar de la competencia de reproductoras de cassettes y CD's 1, los viejos órganos de fuelle y notas calcadas a filo de punzón sobre cintas acartonadas siguen llenando espacios en rurales o citadinas festividades cubanas con su mágica fontanería eólica. En alguna parte se ha leído que a estos instrumentos se les identificó como órganos de carrousel franceses.

Tuvieron efectivamente su origen en Francia, de donde unos desconocidos importadores trajeron los primeros a Cuba, para ubicarlos en Cienfuegos y reafirmar así las raíces galas de esta ciudad meridional. En el año de 1887, un señor llamado Santiago Fornaris compró allí uno de esos instrumentos para llevarlo a la ciudad de Manzanillo, en el oriente de la Isla. Ahí comienza una historia.

Cautiva del órgano la monumentalidad de su moblaje, en noble y elegante maderamen, y el rotundo sonido que brota de su misteriosa entraña, aunque en el fondo su mecanismo es más sencillo y mucho menos frágil que el de cualquier equipo electrónico. Las modernas reproductoras son sumamente ligeras, pueden aportar una carga de piezas musicales casi infinita e impresionan con su aparataje para acomodar los decibeles. Pero el órgano, esa antigualla, con su limitada oferta de sonidos, se acompaña siempre por el prestigio de lo insólito, de lo exclusivo. 

El constructor de órganos es un sabio que sabe de música y ebanistería, de acústica, neumática y matemáticas. Un órgano es pieza única y, al construirlo, el fabricante terminará su labor con el bautizo de la obra, justamente como un barco o una casa especial. Una descripción técnica del “Órgano oriental” la hallamos en la obra Instrumentos de la música folklórica popular de Cuba: “Aerófono de filo o flautas o de lengueta, integrado por tubos o pipas cilíndricas, cuadradas, cónico cuadradas y mixtas que presentan canal de insuflación interno o lengüetas de entrechoque. Los tubos están alineados en filas, escalas o juegos. En cada fila se hallan los tubos de un mismo timbre: clarinetes, flautas, violines, tapados, cellos, violas, trompetas, trombones, bajos” 2.

 

El taller

Esperábamos a Chito Fornaris en una casa de la calle Saco, allí donde la oriental ciudad de Manzanillo se levanta como sobre la cresta de una ola y deja ver abajo el barrio litoral, que llaman allí “de la marina”.  A poco llegó el hombre, erguido en su edad, de mirada melancólica bajo el ala corta del sombrero.  No quería hablar, al principio, debido al olvido en que se tiene al órgano en su ciudad, decía.  Poco a poco, a ruegos y sincero deseo de saber, se desgranó el relato.

Chito Fornaris es, en su filiación civil, Modesto Moreno Oro, pero es un Fornaris.  No eran casados los abuelos y los descendientes salieron a la vida civil con los apellidos de la abuela.  Vienen de aquel Fornaris que, con Carlos Manuel de Céspedes, a quien veneramos hoy como Padre de la Patria Cubana, compuso el famoso canto de La Bayamesa. Tiene 71 años y es sobrino nieto de Santiago Fornaris, el que en 1887 llevó el primer órgano a Manzanillo.  Lo compró en Cienfuegos, ciudad fundada por colonos franceses en 1819, que habían traído este instrumento a Cuba para usos religiosos 3.

Andaba, por los días de la entrevista, ocupado en la reparación del órgano Agua de vida, encargo de una iglesia metodista, y más tarde lo pudimos ver grabando sobre una pieza de cartón, proveniente de un envase para exportar langostas ―en otros tiempos usaban cartulina Kraft―, los canales por donde el aire a presión halla paso hacia cada una de las notas de un son.  Leía el viejo maestro la partitura y marcaba a continuación cada registro en la franja correspondiente a cada “cuerda” del órgano. En este caso son trece cuerdas y cada una hace el efecto de un instrumento: violín, clarinete, oboe, bajo, trombón, flauta.  Ya una vez terminada, a esta cinta se le llama una pieza 4.

―Santiago Fornaris importaba órganos de Francia antes de comenzar a construirlos―, cuenta Chito y muestra un viejo papel. Era el documento una oferta que en 1926 envió al tío abuelo la casa parisiense Gasparini, dedicada desde 1865 a la producción de este tipo de ingenios musicales. Le ofrecían a Fornaris el envío de dos órganos, uno de 68 teclas y otro de 48. En Manzanillo llegaron a funcionar tres talleres de construcción de órganos, uno de los Fornaris y dos de la familia Borbolla. Y "de 1936 para acá" hubo una docena o más de órganos en la ciudad, afirma el músico.

Tres años demoró Chito Fornaris para construir su primer órgano, el Radio #1, terminado en 1953. Lo llamó así debido al ambiente musical creado en esa época por las emisoras radiofónicas, que gozaban de un verdadero auge. Ahora lo tienen en uno de los centros turísticos de Cayo Coco, en los Jardines del Rey. Después fabricó tres más: Radio #2, La Isla de Cuba y El nuevo sonido. Tres mil o cuatro mil pesos era el precio de un órgano.

― La mayor parte de las fiestas de antes las hacían en el monte; duraban de ocho de la noche a ocho de la mañana ― recuerda Fornaris, que fue músico, además de constructor de órganos―. Al principio el órgano había que trasladarlo en carretas tiradas por bueyes, pero por los años 40 ya usaban camiones.

Chito Fornaris afirma que el órgano oriental, viajó por primera vez a La Habana en 1926 y fue el Isla de Cuba, no el suyo, construido más tarde, sino el primero que llevó ese nombre. En 1943, su tío Joaquín Fornaris presentó en la emisora Mil Diez, también en la capital del país, el órgano La Ronda Lírica. El músico artesano extiende al reportero un recorte del periódico Hoy, del 16 de noviembre de ese año:

            "Nos envía Manzanillo su vieja música organillera"

Actuaron el domingo 14, interpretando números del repertorio tradicional, como "El manicero", "Rumba", "El amor de mi bohío", "En Manzanillo se baila el son" y algunas más. La crónica revela que Joaquín Fornaris timbaleaba con una mano y con la otra "apretaba los botones del órgano";  Luis Tamargo manejaba la manivela y Luis Rodríguez golpeaba el bocú.

Hoy día el órgano se acompaña con timbales o tímpano, tumbadora y guiro o guayo.  Es decir, todo percusión. Chito aclara que a la agrupación musical de la cual forma parte el órgano no se le denomina conjunto ni orquesta 5. La gente simplemente se dice: "Vamos a bailar con el órgano", y lo demás se sobrentiende.

El instrumento en sí es una máquina neumática. El mueble exterior lo construyen de cedro;  el interior, de caoba y, los instrumentos, de pino blanco. Hay tubos de metal para los clarinetes y a veces para las trompetas, pero es más general el uso de la madera.  El flujo de aire que surge en el muelle se concentra en una parte del mecanismo llamada “la caja secreta” 6, donde la orden inscrita en la cinta es ejecutada y convertida en sonido.

Cuando se le puso motor al órgano por primera vez, hubo que quitárselo, porque era el ritmo del músico, haciendo girar la manivela, el que daba su estilo a la interpretación. Luego vuelven a la propulsión mecánica, "porque los ritmos más actuales no hay quien los aguante". El motor alimenta el fuelle, la fuente de aire, pero el paso de la cinta sigue siendo impulsado por el brazo de un ejecutante 7. 

El órgano de Manzanillo hoy día recibe título de oriental, porque fue extendiendo el influjo de su música a toda esa región de Cuba y en el presente tienen fama los de Holguín, Tunas, Bayamo y Yara. Chito Fornaris lamenta que en la ciudad que dio al instrumento su carisma y popularidad se encuentre hoy casi olvidado, cuando hay en otras partes hasta festivales de órganos.

El órgano manzanillero es viajero, itinerante, voceador de alegría a los cuatro puntos cardinales. Se le puede escuchar en lo profundo de una serranía y, antes de preguntarse cómo pudieron hacerlo ascender por imposibles trillos a lomo de mulas, estará usted bailando, clavando el diente en una suculenta tajada de cerdo asado en púa y tomando detrás un trago del ron que llaman paticruzado, sea por marca o a causa de sus efectos.

Hay una bohemia que huele a monte y una música que parece hecha del impulso que lleva la sangre al correr por las venas. Dentro de ambas está el órgano oriental, con sus notas hechas a mano y con el corazón.

© Ismael León Almeida. Publicado originalmente en la revista Sol y Son, La Habana, no. 79, 2003, p. 62.

 

Notas

1- Perdonarán los modernos lectores, pues en el momento en que fue escrito este reportaje aun no estaban en uso por acá las actuales “bocinitas” alimentadas por memorias flash, y tampoco los celulares. Loas, una vez más, a la tecnología, que va ganando la batalla contra el silencio, la conversación sedada, la introspección y la contemplación mesurada de la vida en torno, si es que alguno sabe de qué habla este tipo.

2- Victoria Eli Rodríguez: Instrumentos de la música folklórica popular de Cuba. Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997,

Vol. 2, p. 510.

3- Durante la revisión realizada al texto en 2020 para su publicación en el blog, hallamos en una revista de estudios etnográficos la siguiente providencial información: “Desde antes del inicio de la Guerra Grande, Manzanillo, a través de la compañía de buques Menéndez, sostenía un intenso tráfico marítimo, por ende humano y cultural, con la ciudad de Cienfuegos, urbe fundada en 1819 por franceses y sitio desde el cual llegaría también otra magnífica tradición: la música de órganos; así pues, del mismo modo en que arriba a Manzanillo esta impronta musical llega la teoría espírita en forma de devocionarios y/o experiencia vivencial en la mentalidad de capitanes de buques, contramaestres, marineros o simples viajeros que por diversas razones hacían de esta ruta acto cotidiano. Fue justamente un contramaestre de esta línea, el que le comentó a Santiago Fornaris la existencia de unos pequeños organillos en Palmira, utilizados para amenizar las fiestas celebradas en predios cienfuegueros” (Delio G. Orozco González: “El jardinero y la fe”. Revista Del Caribe, no. 65, Santiago de Cuba, 2016, p. 40).

4- Tarea muy laboriosa la de crear tales piezas; una titulada "Linda cubana" requirió 18 000 perforaciones en la cinta. Un mes y medio se requiere para completar este trabajo, señala la obra de Victoria Eli Rodríguez, “una semana para la partitura, un mes para el marcado del cartón y otra semana para perforarlo”.

5- Parece discrepar el catálogo de instrumentos folklóricos citado más arriba, pues emplea el término “conjuntos”, en los cuales el órgano es rítmicamente acompañado por una amplia representación de percusiones (claves, cencerro, maracas, güiro, pailitas cubanas, una o dos tumbadoras, y pueden sumarse platillo y un bongó), con adiciones “excepcionales” de  trompeta, saxofón y, si les pareciera que estaban cortos en la sección percusiva, también batería.

6-  Pieza de doble fondo que acumula aire en la parte inferior y lo expulsa al exterior cuando el orificio que posee la cinta de cartón es penetrado por un selector, que acciona el mecanismo encargado de conducir el flujo a la válvula de la nota que corresponda.

7- Originalmente eran necesarios dos operarios, denominados maniveteros o manigueteros. El que permanece en la actualidad es el que impulsa el cartón, lleva el ritmo y es quien le imprime su estilo a la pieza musical. El que se encargaba de comprimir el aire fue luego sustituido por un motor  (Victoria Eli Rodríguez, obra citada).

 

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